Por qué graznan las redes

08 / 05 / 2017 Luis Algorri
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Juan Soto Ivars hace un análisis deslumbrante de las redes sociales, el reino de la censura y de la coacción.

Debo decir que no me esperaba este libro de Juan Soto Ivars,Arden las redes, que acaba de publicar Debate. Un momento, seamos precisos: sí me lo esperaba, porque Juan lleva semanas avisando en su perfil de Facebook de que estaba a punto de salir, de que casi ya, de que velásemos y no durmiésemos porque no sabíamos el día ni la hora (Mateo, 25:13).

Lo que no me esperaba es que este libro fuese así. Teníamos a Juan catalogado entre los jóvenes genios de la narrativa contemporánea y lo imaginábamos, a la vuelta de unos pocos años, terminando de escribir la gran epopeya imaginaria de los lapones (algo así como El señor de los anillos pero fundamentado en conjeturas matemáticas en vez de en un idioma ilusorio) mientras se ganaba la vida ocupando la cátedra de Filosofía del Ajedrez en la universidad de Cambridge, fumando en pipa y vestido con pantalones de tweed.

No será así. Después de un valeroso ensayo sobre los ancianos e inexplicables colores políticos de los españoles de hoy, Juan ha mandado a hacer gárgaras su futuro en Cambridge. Ha escrito no el libro que sin duda esperaban de él los arúspices, sino el libro que él quería escribir; el que le salía de las tripas, de su perplejidad y de su temeridad.

Digo esto porque Juan Soto es uno de los seres humanos más insultados que conozco. Tiene en Facebook el máximo de seguidores que permite ese mecanismo y un alto número de ellos se dedica a injuriarle de una manera espantosa no ya cada vez que dice algo, sino cada vez que tose. Y lo que ha hecho (este libro) no es, como cabría esperar, una venganza impresa contra la turba de los gilipollas. Es mucho peor. Es un análisis honesto, científico, casi desapasionado, casi entomológico, de esa gente, de por qué existe, de qué les pasa, de cuáles son las razones para que se comporten como bestias con teclado y wifi. Juan es el tipo con alma de hierro que mete la mano en un avispero y, cuando le pican las avispas, toma diligente nota de cuántas le agreden, de cómo y de por qué. Y no mata a las avispas que le pican.

El problema es que Juan no tiene alma de hierro. Por eso ha tardado tres años en hacer este libro y por eso empieza con una obsesión personal: no actuar como las avispas, no teclear con las tripas, no convencerse desde el primer instante de que él tiene razón y de que el otro, el que piensa de modo distinto, es un hideperra desde el momento mismo de su llegada al mundo: “Siempre que estoy convencido de que tengo razón temo haber dedicado demasiados recursos a responder a una pregunta sin sentido”. Y añade una cita de Karl Popper que es algo así como el himno nacional del librepensamiento.

Juan se esfuerza en algo dificilísimo: estudiar algo que está vivo y que cambia a una velocidad tremenda. Y pretende, sin embargo, que sus conclusiones sean duraderas.

Detecta, por ejemplo, que una increíble cantidad de usuarios de las redes sociales no vuelan solos, como seguramente ustedes y yo, sino que forman gavillas, fasces, rehalas, catervas, congregaciones de muchedumbre y, en fin, bandadas que, como las que forman los estorninos, se mueven todos al unísono y con gran rapidez, y eso sin necesidad de ponerse previamente de acuerdo: solo usan su intuición y su gregarismo. Basta con que un pirado con ínfulas dé el primer paso. La bandada lo sigue de inmediato.

¿Y hacia dónde lo sigue? Eso no tiene duda: hacia el cabreo, la cólera, la exasperación. Es lo que más vende, lo que más éxito tiene. Juan Soto los llama, con una frase destinada al éxito, los “pajilleros de la indignación”. Los profesionales del “¿pero vamos a consentir esto?”.

Y ahí está la clave. Demuestra Juan Soto –porque lo demuestra– que las redes sociales, inventadas teóricamente para dar voz a mucha gente que hasta entonces no la tenía y se limitaba a rumiar a solas, se han convertido ya en el instrumento de censura más poderoso de la historia, incluidos Franco, Stalin, Kim Jong-un y la Santa Inquisición. Y es tan poderoso porque no procede de la voluntad de una persona sino de mucha gente, de lo que algunos políticos llaman pueblo. De la bandada. Es lo que Juan llama la poscensura. Las redes sociales han despertado a un monstruo colectivo decidido a hacer callar a todos los que no piensan como ellos. Pero la realidad es que no piensan: siguen consignas que solo con un enorme esfuerzo –el que ha hecho el autor del libro– se llega a saber, en el mejor de los casos, quién lanzó. Se desencadena el proceso imitativo: para ser aceptado en un grupo, aunque sea virtual, hay que destacar en el esfuerzo de radicalismo, en la extremosidad. Y el resultado lo dice Juan: “Las redes sociales se han convertido en un canal por el que la ofensa corre libremente hasta infectar los periódicos, la radio y la televisión. Las masas se levantan en grupos que exigen (...) recortar la libertad de expresión. El proceso nos hace a todos menos libres por miedo a que una multitud de desconocidos venga a decirnos que somos malas personas. A medida que la ofensa se vuelve libre, el pensamiento se acobarda”.

Quién le iba a decir a María Frisa, autora de unos irónicos y gamberros libros infantiles, que su terrible linchamiento público en las redes lo comenzaron una cría amargada e intolerante y un sinvergüenza que lo que pretendía era hacerse famoso en YouTube y salir en Sálvame. Y no es más que un ejemplo. Lean este libro. Es lo mejor que ha escrito Juan Soto, que nunca dará clase en Cambridge pero que nos ha hecho entender por qué el pajarito de Twitter es, en realidad, un cuervo. 

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